Seguro que a mi edad (y aún mayores) todavía no saben lo que es un beso por muchos que se hayan dado, la sensación de sentir otros labios y expirar su aliento. El temblor de piernas de una segunda oportunidad. Seguro que aún, hay gente que no sabe sentir una carcajada (que no sonrisa) de las que te dejan sordo y poco a poco van callando, hasta que coges aire con fuerza de nuevo y te sientes feliz, paralizar el tiempo en ese momento y guardarlo en el recuerdo, porque seguro que hay gente que todavía no sabe cuál es esa sensación de darle alas a la mente, que, una vez reposada en la almohada, es capaz de revivir ese último aliento de aquella carcajada que guardaste y mostrar tu sonrisa antes de soñar.
Seguro que a mi edad (y aún mayores) todavía hay gente que no sabe lo que es el placer, sentir el calor de la manta en el sofá una tarde de domingo iluminado por relámpagos, mientras miras la tele sin sentido pero sintiendo ese momento. La sensación de haber mantenido vivas las fuerzas en invierno porque una vez en verano acariciaste las olas del mar con la punta de los dedos.
Seguro que hay gente que algún día no guardó el éxtasis del primer orgasmo, el calor de la otra piel, y, por eso, ahora no tiene ganas de volver a repetir algo que no recuerda.
Seguro que hay gente que a mi edad (y aún mayores) todavía no ha transformado el dolor en recuerdo, y no conoce esa sensación de cuando te cruzas con una persona del pasado y no puedes controlar las pulsaciones del corazón, ni la reacción que tienes al verla, de repente algo o alguien (que no eres tú) domina tu cuerpo y preguntas por qué.
Seguro que hay alguien, que en este momento, no es capaz de recordar un solo segundo de un solo instante en el que fue feliz sin sentir la impotencia involuntaria de la nostalgia. A eso me refiero, ahí quiero llegar, al momento en el que los instantes perfectos, en los que la sensación de felicidad que recorre cada milímetro de nuestro cuerpo queda paralizada. Se guarde dentro, ni muy al fondo en el olvido, ni muy fuera en la superficie, se guarde, sin más, y que forme parte de lo que hoy somos. y hoy mismo o en cualquier momento,  seamos dueños de nuestro tiempo para pararlo y poder decir “esto me lo guardo para cuando no lo tenga” y recordar que aunque ya no exista esa persona o ya no podamos volver a ese momento, yo, en mi vida, he sido feliz, y lo soy cada vez que lo recuerdo.