Seguro que en algún momento todos hemos dicho que “la vida era una mierda”, que nos hemos tirado un día entero en casa arropados con la manta viendo la película de antena 3 un domingo por la tarde mientras comemos helado de chocolate, bueno cada uno se lo monta a su manera, pero seguro que sabéis a lo que me refiero, el caso es que «la vida es una mierda”.
Luego tenemos al típico amigo que te pregunta qué te pasa, tú le dices que nada y te vuelve a preguntar con ese tonito de: venga… dime qué te pasa. Total, que tú vas y le dices que la vida es una mierda y el se ríe de ti, literal, en tu cara. Así que la vida es una mierda y tu amigo se ríe de ti. U otra cosa que también se nos suele dar bien a los amigos es decir: que no tía, ¿¿por qué va a ser una mierda?? Además deja de llorar que nadie se merece que llores por él. Total que ahora tenemos la amiga lista que nunca llora por nadie intentando consolarte en esta mierda de vida.
Puede ser también, en otro de los casos, que llegue tu colega y te responda: ya ves tía a mí me dejo Juan y pensaba lo mismo, pero mira ahora estoy con nacho y me va genial. ¿Sabéis cual amiga os digo no? Esa que no sabe escuchar porque siempre tiene un problema más grande que tú y al final acabas dándole tu helado y confirmando que no la vas a llamar más.
Pero ahora viene lo que me gusta a mí, tú estás en tu casa y te habla tu amiga por «wassap» para decirte que está en la calle y te pregunta qué haces tú, (bueno en este caso yo) le pongo una sonrisa de esas de «wassap» y le digo: nada aquí tira en el sofá viendo una peli, y acto seguido me pregunta: ¿¿¿Qué te pasa??? (Con el emoticono ese de El Grito) y yo pienso: ¿Cómo lo sabe?
El caso es que voy a aprovechar esta entrada para darle las gracias a todas esas amigas que insistieron tanto en saber lo que me pasaba hasta que fingí que se me pasó, a todas las que han pasado por mi vida dándome la importancia que tiene para mí un caracol, o sea, nada. A todas las que me dejaron demostrarle lo que era una verdadera amistad y les quedó grande, a todas las personas que decidieron irse de mi lado, porque, a cada una de ellas, le di todo lo que soy, les fui transparente y me enseñaron ante todo que primero hay que dejar recibir para poder dar.
En realidad la amistad es muy relativa, pero qué os voy a contar, cada uno la vive a su manera y de eso no me ha quedado nunca ninguna duda. También tengo que decir que aún tengo a algunas de esas personas guardadas muy dentro, en el mismo lugar donde conservo los recuerdos, incluso algunas me encantaría que volvieran porque son por las únicas que me pregunto cada día qué es lo que falló, por qué pensó eso de mi o por qué se fue de mi lado.
Pero si algo he aprendido verdaderamente importante es que las amistades para siempre, solo pueden durar si las dos personas tienen el mismo sentido de amistad, la misma manera de verla y de valorarla. No puede ir cada una por su camino, se trata de luchar, de ser fiel, de encontrar a alguien que sepa de ti exactamente lo mismo que sabes tú, no de ella, (que también) sino de ti mismo, de saber compaginar dos vidas paralelas, de estar en un mismo sitio, a la misma hora, sin nadie más, y sentirte poderosa porque no necesitas a nadie más, de aprender al unísono, de tener más conversación con la mirada que con cualquier palabrería barata y sobre todo, de ver otra pareja, otras dos personas que dicen ser amigas, y saber que nunca, nunca,  llegarán a tener lo que tienes tú con la tuya…