Un día, en tiempos de flaqueza del corazón, una de las grandes personas que tengo a mi lado me mandó este fragmento:
“Sé que no pides consejo a nadie porque corres el riesgo de que alguien te diga la verdad.
Vives esperando un volantazo del destino harta de echar de menos el cuerpo al que renunciaste.
Entonces ignorabas que esto pasaría, y que echar de menos es renunciar al presente.
El día pasará y la vida seguirá, ganarán los mismos, perderán los de siempre, y quizá, si eres paciente,  si dejas de correr – y te perdonas- La vida deje de ser ese autobús que se escapa justo cuando llegabas a la parada.”

 Lo leí una y otra vez, y siempre me entraban ganas de llorar en el mismo punto, justo en el momento en el que pone que me perdone, que si lo hago, quizá me dé tiempo a coger el autobús antes de que se vaya, como aquella historia de dejar pasar el tren.

Lo leí en el momento adecuado, es lo que hacen las grandes amigas, acertar. Lo he leído tantas veces que puedo recitarlo de memoria una y otra vez. Siempre me recuerda a lo mismo, una sensación que debería vivir todo el mundo alguna vez, un amor de verano, apasionado, efímero, utópico quizá, pero real al mismo tiempo. Un amor diferente al resto de amores, un sentimiento que se puede repetir pero que nunca dura como otro cualquiera, un amor especial, que lo vivas a la edad que lo vivas, siempre será recordado, como un primer beso, como un primer baile, como un primer amor aunque no lo sea.
Es un amor tan diferente que duele incluso en la felicidad, porque sientes que es intenso y frágil en la misma medida, porque ves el final incluso antes de que empiece, es como si pudieses ir andando de estación a estación y sin embargo te tomas la molestia de esperar ese autobús y montar.
Porque no hay nada mejor que llorar por lo vivido, que vivir lo efímero intensamente, que disfrutar de lo frágil luchando para no romperlo, que vivir, vivir al fin y al cabo. Sentir ese dolor que conlleva la felicidad que solo tienen estos amores tan escasos, tan privilegiados, tan dependientes, tan fugaces…
Gracias. Sonsoles. Por proteger siempre mi fragilidad.