Hace unos días estuve llorando, pero de llorar, llorar, de esto que tienes que parar para coger aire o la palmas. Nadie lo sabe, bueno, menos la increíble persona que estaba escuchando mis lamentaciones y agarraba mi mano mientras yo devoraba una hamburguesa entre suspiro y suspiro. No es una cosa que se vaya contando por ahí. Todo el mundo lloramos, o así debería de ser, pero nadie lo cuenta, nadie sale a comprar el pan con lagrimones en los ojos. Lloramos íntimamente, como esa gente que espera a que todo el mundo esté dormido para abrir la nevera. El caso es que tratamos el tema como si fuera algo malo, está claro que si lloramos es porque algo no va del todo bien, pero no por ello hay que pararlo. Siempre que alguien – de las pocas veces que me ven o lo notan – me dice: “venga, deja de llorar”. Yo siempre pienso ¿pero por qué? Con la infinidad de veces que tengo ganas y no me sale, no lloro. Tengo ganas pero por algún motivo que desconozco no lloro. “quizá es que no tengas tantas ganas” pienso. Si, si que las tengo. Pero nada.
El verdadero problema no es llorar o no, parar o desahogarte hasta que ya no salgan mas lagrimas y estas se conviertan en sonrisas (cosa que suele pasar cuando estás en buena compañía), sino que el problema es el por qué. Infinidad de veces de las que lloro no sé por qué lo hago, simplemente tengo ganas y lloro. – Tendrás un motivo – me preguntan mis amigas. Y no, estoy segura de que no lo tengo. Lo podría buscar, recordar algo que me haga daño y entonces empezar a llorar con más ganas, pero eso ya sería llorar lo llorado. Y lo peor es que nos da vergüenza que la gente, nuestros propios allegados nos vean llorar…
Mi amiga Ana y yo lo hemos denominado “almitis”. Suena a gilipollez, lo sé, pero lo define perfectamente. “inflamación del alma” significaría. Y tiene todo el sentido. En un momento dado, por unas circunstancias dadas, se te “inflama el alma” y tienes ganas de llorar, así sin motivo, sin lágrimas. Tienes ganas de ver pelis de amor, de recibir un mensaje donde te pidan matrimonio (o lo que sea) de algún capullo que ya no se lo merezca, de comer chocolate sin masticar… he de decir que en estos momentos hay que apagar el móvil, claramente.
En fin… que he llegado a la conclusión de que llorar es una locura, de las buenas, de las que cuando las haces acompañado nunca las olvidas. Porque recordar las lágrimas de algo que nunca fue motivo de lloro, siempre será recordado con unas risas entre amigos que las compartieron contigo.