Me vendieron la moto, me dijeron que no tuviera prisa cuando pedía a gritos ser mayor, que lo mejor estaba por llegar, que sería independiente, que sería lo que yo quisiera ser.
Me dijeron que montar en bici era complicado, que no cogiera caramelos de ningún extraño, que pidiera un deseo antes de soplar las velas, que se cumpliría si no lo decía, que leyera en alto la carta de los reyes magos antes de enviarla, que estudiara, que viviera el momento que me tocaba, me dijeron que fumar daba popularidad, que ir a la moda haría que nadie me mirara mal, que fuera educada, que un hola, un adiós y un felicidades no se lo negaba a nadie, que el sexo era un alto porcentaje para que una relación funcionase, que el amor me haría daño y tendría que esperar hasta ser mayor para comprenderlo, que no podía ver la tele si no era con alguien, y me vendieron la moto…

“Siempre lo mejor está por llegar, lo mejor y lo más complicado”. Como si esto fuese una regla de tres, como si todos viviéramos la misma vida al mismo tiempo, las mismas cosas en el mismo lugar o las mismas situaciones con la misma perspectiva.
Me dijeron que el tiempo me daría la razón, que pondría a cada uno en su lugar, que curaría heridas y me ayudaría a olvidar, que no había peor castigo que la soledad y sí,  me vendieron la moto.
Me dijeron que si no quería comer lentejas, las podría dejar, que solo aprendería si me dejaba caer, que si dolía era que se estaba curando, que solo me empujaban el columpio un rato. Solo una chuche al día y siempre después de comer, porque “no te levantas de la mesa hasta que no te acabes el plato”. Lógicamente, me vendieron la moto.
Me dijeron que cuando sea padre comeré huevos, que tuviese cuidado con el mar, que antes de anochecer debía estar en casa, que no podía beber nada con gas, que solo sería feliz estando contigo, que nadie me cuidaría igual, que si no me mirabas es que no eras para mí y si… ¡me vendieron la moto!.
Porque no hay nada mejor que tener cicatrices, en la piel, en el corazón o en el recuerdo, porque no hay nada mejor que vivir para sentir, que sentir para aprender de lo vivido. Que ver anochecer, nada mejor si es el sol el que se esconde tras el mar. Que el sexo con amor, con caricias, con momentos de locura y confianza. Nada mejor que la satisfacción que se siente cuando has conseguido lo que querías, y lo has conseguido TÚ, sin lecciones, sin consejos, sin miedo, sin nadie que te pare los pies solo “porque eso no te conviene”. Basta de “sabidurías”, yo soy de las que aparta el maíz de la ensalada, de las que prefiere una cerveza con terraza, de las que se salta las reglas y no porque estén hechas para saltárselas, de las que valora los momentos a solas, de las que quizá penséis que vive poco, pero vive intensamente, ¡Como hay que vivir!
De las que sabe que soy feliz contigo, pero que también soy feliz sin ti.