Hace unos días que tengo una nueva marca en mi piel, no me va a dejar cicatriz y seguramente acabe borrándose con el paso del tiempo pero me está costando acostumbrarme y a la vez me encanta tenerla.
Hace unos días estaba de vacaciones y me dí cuenta de que no lo parecía, la única diferencia era que no tenía que ir a trabajar (que ya es) pero tenía la agenda llena; el lunes depilación, el martes peluquería, el miércoles ir a preguntar nose qué al banco, y todo ese tipo de cosas que normalmente acumulas para hacer cuando «tienes tiempo». Entonces tomé la dura decisión de quitarme el reloj.
Hay algo que escribí hace más de dos años y que me representa muchísimo. El artículo se llama ¿A qué sabe cada instante si cada instante supiera a lo que debe de saber? y trata básicamente de que nunca estaba disfrutando del momento que estaba viviendo, sino del que venía por delante y eso hacía que me preocupara de más por lo que ni siquiera había llegado o que no disfrutara suficiente lo que estaba pasando en un momento determinado. Para que os hagáis una idea soy una persona bastante impuntual porque normalmente llego antes. Siempre me preguntaba cómo sería todo si no viviera la vida adelantando acontecimientos y de repente está ocurriendo sin darme cuenta.
Sigo teniendo horarios para todo, porque inevitablemente nuestra rutina está llena de control, pero el hecho de no tener reloj me evita tener que darme cuenta de la hora que es y de lo que queda todavía por delante.
Ahora tengo una nueva marca en mi piel que me está enseñando a centrar la vida en lo que sucede sin más y qué placentero es…
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